lunes, 5 de julio de 2010

Cronicas de un Mundo Diferente - Capítulo II

Esa tierra a la que llamé hogar


De acuerdo, era muy extraño el ver a esas criaturas a mí alrededor, quienes no paraban de hacer caras graciosas, acariciándome. ¿Era mucho pedir explicaciones acaso? Al notar que no podía hablar, solo sollozaba, antes de ser llevado en una especie de carruaje redondo, hecho de madera, una puerta ovalada y varios espacios vacios para hacer aparentar ventanas, en el frente se encontraba una especie de vara de metal de la cual colgaba una lámpara cuadrada, apagada y sin ruedas, claro que no las necesitaba, puesto que flotaba en el aire.

No paraba de asombrarme, cada vez que me percataba de mí alrededor, más me sorprendía. En una de las esquinas superiores del transporte, se hallaba un cristal incrustado y que brillaba con intensidad, no sabía en ese momento para que servía, pero supuse que pronto lo descubriría. Fui envuelto en una manta color rosa que por alguna razón, me incomodaba en la espalda. Nos subimos al “carruaje”, por dentro no lo pude ver bien, ya que uno de esos animales, me retuvo contra su pecho, sin poder evitar dormirme en sus brazos. A veces, ser chico apesta.

Cuando me desperté, me hallaba en una cuna rectangular, de un color blanco en una habitación espaciosa, justo a mi derecha, un enorme ventanal, que estaba abierto, dejando entrar una hermosa brisa, un suelo forrado con una alfombra que al parecer, era muy suave. A mi lado una cama, a juzgar por su tamaño, matrimonial.

Ya asentado y con un par de años en mi, mis nuevos “padres”, por así decirlo, y la vida cotidiana, me dejaron saber más de este extraño mundo.

Podría decirse que es un mundo simple y a la vez no, con siete reinos, casi todos separados en gigantescos continentes, con un sistema monárquico, dominado por un rey en cada reino, el nuestro, era el Reino de Isidor. Con trabajos por doquier y de todo tipo, y en mi caso, agricultor en la granja de mis padres. Pero a mi parecer, el mejor de todos, era el ser un Cazador, aquel que se encarga de trabajos de matar bestias y de maces utilizando no solo armas, sino magia también. Cada reino tiene un gremio, el nuestro era Zolt. Existen también, diferentes minerales que poseen varias especialidades y usos, como los que se usan para la electricidad, fuego... etc., colocándose en las ranuras de los objetos para darle movimiento o forjarlos con tales, para darle "habilidades especiales" a las armas o aumentar el poder mágico.

Luego de un tiempo, llego la noticia de que el rey había muerto, y los heredero solo eran elegidos por los dioses en los que creía la gente de esta tierra, por medio de runas, los sabios descifraban quienes eran los elegidos y convocados para luego ser llevados a un especie de combate, y el ganador sería elegido de entre ellos.

Ya dieciocho años tenía cuando se me fue encomendada la tarea de limpiar el cobertizo, ya me había acostumbrado a este mundo, viviendo en un pequeño pueblo del reino, en una casa precaria, hecha de ladrillos y otros materiales. Me costó aceptar el hecho de que ya no era más humano, ya que ahora soy una especie de antropomorfo, un león azul con alas, las cuales me incomodaban cuando me arroparon de bebe, vestido en una especie de chaleco de cuero y pantalones cortos a la rodilla, de un todo marrón claro y oscuro el chaleco. Aquel nombre que tuve alguna vez, desapareció para comenzar a llamarme por Daisuke Mizugawa.

Ya con el deber encomendado, decidí comenzar a ordenar el lugar, que estaba lleno de cajas y partes de metal, ropa. No sé cuánto me habré tardado, pero de seguro fueron varias horas, hasta que, acomodando en las repisas, noté de bajo de varias telas, lleno de polvo, un arma algo peculiar, con un tamaño proporcional a mi estatura, que si no mal lo recuerdo es de 1.78M, gracias a su enorme hoja que, aún empolvada y que ya tenía muchos años allí al parecer, se notaba que tenía mucho filo aún, con un extraño grabado en la empuñadura, de color verde, entrelazado, con una especie de cristal en la punta y otros tres más entre la hoja y la empuñadura, sin mencionar el enorme que se hallaba en el centro, todos rojos, entraña, pero impresionante de ver.

Por alguna razón, quise tomarla, pero en eso, se sintió un temblor en la tierra que parecía como si algo la hubiera golpeado, tirando todas las cosas que había ordenado, pude notar que provenía de la huerta, donde mis padres se hallaban. Corrí a ver que sucedía, y pude ver a mi padre alzando un rastrillo en la mano, con mi madre detrás, defendiéndose de un enorme trol, ellos llegan hasta medir 5 o 6 metros y no suelen entrar a las aldeas sin un motivo, pero no parecía tenerlo. Le tiré una piedra que pude encontrar en el suelo y tenía a mi alcance, aunque de mucho no sirvió, logré llamar su atención, arremetió contra mí con toda su ira al parecer, dándome un golpe que me mando contra la casa, de nuevo al cobertizo, dejándome de bajo de las cajas, y tubos de metal, costándome así, lograr zafarme, aunque pudiendo después de unos intentos, veía como se acercaba a mí, no tenia forma de enfrentarlo, cuando pude ver la enorme espada. Increíble de creer, pero al empuñarla, su peso no concordaba con su tamaño, aunque tenía que usarla a dos manos, no se me dificultaba moverla, decidí defenderme con ella y moviendo la espada en varias direcciones, pude lograr cortarle el brazo que cayó a mi izquierda, manchándome tanto a mí, como a la espada y suelo de sangre, este comenzó a largar un enorme grito, alzando su brazo para dar un gran golpe, me quede pasmado en el acto, porque antes de que hiciera algo, de la nada, salió un zorro que le salto desde la zona de su espalda y atravesándole con su mandoble en el tórax, haciendo que el trol cayera al suelo frente a mí, era obvio que el trol quedo muerto al instante y quien me había ayudado se hallaba por en cima de su espalda. Con una gran cabellera plateada, pelaje grisáceo, en su pecho se hallaba una pechera, que cubría la zona del corazón, hombreras picudas y con unos pantalones aireados de color blanco que cubrían sus piernas, se hallaban debajo de una especie de tela brillosa y dorada, bordada con franjas rojas en los bordes y una cinta en la cabeza, que era del mismo material que la que usaba como cinturón, el cual tenía saliendo de si, dos tiras largas que llegaban hasta sus tobillos, ondeando al viento que lo hacía tener un aire misterioso, junto con su cicatriz en el ojo izquierdo. Supuse que era un cazador, aunque era raro ver uno aquí, considerando que este es un pueblo pequeño.

Lo que nunca podre olvidar de nuestro encuentro, fue cuando desclavó su mandoble, se bajo del trol, acercándose a mí con un paso suave y tranquilo, se arrodillo con una reverencia diciendo sin titubear – Me alegro haberlo encontrado, su majestad – Dejando me sin habla por el shock que me provoco escucharlo.

Continúa Capítulo III “Noah”

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